
¿Qué está pasando con los jóvenes? Otro caso de suicidio sacude a Santa Marta en menos de 24 horas
La ciudad enfrenta una creciente crisis silenciosa: otro joven, esta vez un cartagenero de 18 años que llegó a Santa Marta a perseguir sus sueños universitarios, fue hallado sin vida en su casa en el barrio Pastrana. Su caso se suma a una preocupante cadena de suicidios juveniles que pone en alerta a las autoridades y a las familias samarias.
La tarde del sábado un grito desgarrador rompió la tranquilidad del barrio Pastrana, en el sur de Santa Marta. Provenía de una vivienda en la carrera 13 con calle 44. Una mujer, completamente fuera de sí, pedía ayuda.
Su voz, entre el llanto y la incredulidad, revelaba lo impensable: su sobrino, Ismael David Franco Sánchez, de tan solo 18 años, acababa de quitarse la vida.
Ismael no era samario. Había llegado desde Cartagena con la ilusión de estudiar una carrera universitaria, abrirse camino y convertirse en orgullo para los suyos. Era un joven reservado, amable, según cuentan vecinos y familiares, que no alcanzan a comprender qué ocurrió en su mente para que, de un momento a otro, se aislara y decidiera marcharse de esta manera.
La tragedia ocurrió en un aparente descuido de sus familiares. Nadie lo vio venir. Ismael no dejó una carta, ni señales evidentes. Pero su entorno ahora se pregunta si acaso no supieron escuchar o darse cuenta que algo no iba bien.
El dolor que dejó su partida es inmenso. Su tía, quien lo encontró, aún no puede pronunciar palabra sin romperse en llanto. Y la comunidad, que apenas empezaba a conocer al joven forastero, ahora lamenta no haber podido hacer más.
Este nuevo caso de suicidio juvenil se presenta apenas 24 horas después de otro hecho similar en el barrio Chimila de una adolescente de 14 años. Dos muertes en dos días. Dos familias destrozadas. Dos jóvenes que perdieron la batalla contra una enfermedad invisible que sigue cobrando víctimas mientras la sociedad mira hacia otro lado.
Lo de Ismael no es un caso aislado. Es una llamada de emergencia para una ciudad que necesita, urgentemente, políticas públicas de salud mental que lleguen a los hogares, a las universidades, a los barrios. Una ciudad que debe dejar de guardar silencio cuando sus jóvenes lo necesitan.
Hablar de salud mental no es una moda. Es una necesidad. Y mientras no lo entendamos así, mientras no rompamos el tabú, seguiremos escribiendo crónicas como esta, lamentando a quienes ya no están.
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