
Jesús agonizó dos días con su madre al lado: la violencia le ganó la batalla
Después de dos días de lucha, falleció Jesús Higinio, el joven trabajador que fue baleado cuando regresaba del trabajo en Ciudad Equidad. Su madre no se despegó de él ni un segundo, suplicó por atención médica y luchó a su lado. Hoy su dolor es inconsolable. Ya hay un capturado por el crimen.
La noticia que Astrid nunca quiso escuchar llegó este sábado: su hijo Jesús Higinio no resistió más. Dos días estuvo aferrado a la vida tras recibir varios disparos cuando salía de su trabajo en Ciudad Equidad. Dos días de lucha médica, de esperas angustiantes y súplicas de una madre que lo dio todo por verlo despertar.
Pero la muerte le ganó la batalla.
El joven, conocido con cariño como “Chuy”, fue interceptado por dos hombres en motocicleta a pocos metros de su casa, en el barrio Oasis. Según su madre, todo ocurrió por oponerse a un atraco. Los disparos fueron certeros y lo dejaron malherido. Desde ese momento empezó una carrera contrarreloj por salvarlo.
Jesús soportó el dolor. Se aferró a la vida mientras su madre corría buscando que lo atendieran. La ambulancia tardó, el traslado a una clínica especializada también. Aunque fue operado, las heridas eran demasiado graves. El daño interno, irreversible.
El drama de una madre que luchó
Astrid no se movió de su lado. Pasó dos noches sin dormir, abrazada al cuerpo frágil de su hijo. Le hablaba, le pedía que no se rindiera. Suplicaba a los médicos que hicieran todo lo posible. Pero el desenlace fue inevitable.
“Mi hijo no tenía problemas con nadie, solo trabajaba, era un buen muchacho”, dice entre lágrimas, destrozada por la pérdida.
Toda la familia está sumida en el dolor. Nadie se explica cómo un joven que apenas empezaba a construir su vida terminó convertido en una víctima más de la violencia callejera.
Este sábado, las autoridades confirmaron que hay un capturado por el caso: Duván Cañate Fontalvo, quien sería uno de los responsables del ataque.
Mientras avanza la investigación, Astrid solo tiene una certeza: su hijo ya no está, y su ausencia ha dejado un vacío imposible de llenar.
“Yo lo acompañé hasta el final, pero no pude salvarlo”, dice. Su voz se quiebra. Y con ella, un grito silencioso se suma al clamor de muchas madres que, como ella, ven cómo la violencia les arrebata a sus hijos sin razón.
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