La guerra narco que se está llevando a los jóvenes de Santa Marta


Mientras las bandas criminales se disputan a sangre y fuego el control de Santa Marta, la juventud se convierte en carne de cañón. Reclutados desde los 14 años, armados y usados como sicarios, muchos terminan muertos antes de cumplir los 20. El caso del italiano descuartizado reveló que ya no son criminales veteranos quienes matan, sino adolescentes que ejecutan con precisión brutal.

La violencia que se ha tomado a Santa Marta tiene una cara cada vez más joven. La edad de los muertos y los asesinos ya no supera los 25 años. Hay casos donde ni siquiera llegan a los 18. La guerra entre el Clan del Golfo y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra dejó de ser un enfrentamiento entre estructuras experimentadas y organizadas para convertirse en una cacería con fusiladores adolescentes. Los que matan y los que mueren nacieron prácticamente al mismo tiempo.

El crimen del turista italiano Alessandro Coatti fue la prueba más cruda. El hombre había venido de vacaciones a esta ciudad, pero fue engañado, asesinado y descuartizado por un grupo de jóvenes entre 19 y 25 años. No eran improvisados. Planeaban como expertos. Mataron con sangre fría y luego intentaron desviar la investigación. Querían hacer parecer el crimen como parte del conflicto narco. Lo más perturbador: casi lo lograron.

La ciudad se pregunta cómo pasamos de tener adolescentes jugando fútbol o formándose en un salón de clases a tener escuadrones juveniles de la muerte. Las respuestas están en la falta de oportunidades, en la miseria, en la impunidad y en el abandono. Desde hace años, Santa Marta es terreno fértil para el reclutamiento. Y la guerra, lejos de acabar, se alimenta de los que menos tienen.

«Otro que debía algo», dice la gente

Los jóvenes que asesinan a plena luz del día, en calles, esquinas, negocios o incluso en sus propias casas, ya no son vistos con sorpresa. La ciudad se ha acostumbrado. Se ha resignado. Y lo peor, ha empezado a justificarlo. «Seguro estaba metido», «por algo sería», «otro delincuente menos». Es el discurso que se repite en redes sociales cada vez que cae un nuevo muchacho. Como si eso bastara para explicar la tragedia.

Lea también : “No me dejen morir a mi pelaito”: el grito de una madre que clama por salvar a su hijo herido por la delincuencia

Pero detrás de cada uno de esos cuerpos hay una historia de fracaso colectivo: familias que no pudieron retenerlos, colegios que no los formaron, instituciones que no los protegieron, un sistema que no les dio opciones. Ni educación, ni empleo, ni atención. Solo la calle. Y en la calle, quien ofrece plata primero es el crimen.

Una generación en disputa

Esta misma semana, Santa Marta volvió a enterrar a jóvenes que no llegaron a la adultez. Uno fue sacado de su casa en Ciudad Equidad y acribillado en una trocha de Gaira. Otro fue ejecutado en el barrio 20 de Julio mientras caminaba. Tenían menos de 18. En La Estrella, a ‘Pipe’, de 24 años, lo llamaron a su celular, y cuando fue a encontrarse con un supuesto amigo, un motorizado lo acribilló.

Ninguno de estos crímenes parece tener explicación oficial clara. Se habla de ajustes de cuentas, de retaliaciones, de fronteras invisibles, de microtráfico. Pero lo cierto es que los muertos siempre son jóvenes. Y los que matan, también.

La advertencia está hecha

Expertos como Norma Vera y Lerber Dimas han encendido las alarmas. No se trata solo de seguridad, dicen. La política contra el crimen necesita un plan estructural, uno que comience por donde todo inicia: los barrios más vulnerables. Educación gratuita, oportunidades laborales reales, acompañamiento familiar, prevención del reclutamiento. Si no se invierte en eso, se seguirá alimentando una guerra que ya no tiene frentes, sino hogares.

Lea también: Leónidas de 17 años, otra vida joven apagada por las balas en Santa Marta

El alcalde Carlos Pinedo ha anunciado un programa enfocado en los bachilleres de la zona rural, especialmente en Guachaca y sus veredas, donde según cifras, la mayoría de jóvenes terminan engrosando las filas criminales. Su plan: acceso a la universidad gratuita, programas de acompañamiento, y generación de empleo. Pero la urgencia es mayor. Y el tiempo, escaso.

El saldo de esta guerra es claro

Santa Marta sigue entregando a sus hijos más jóvenes al conflicto. Ya no es solo una disputa por el control de rutas o por extorsiones. Es una fábrica de vidas perdidas. No todos los jóvenes terminan en la criminalidad, pero muchos están cayendo porque no hay quién les impida hacerlo.

Hoy, las armas las empuñan adolescentes. Los cadáveres tienen caras juveniles. Las noticias repiten nombres. Y las calles se llenan de madres que lloran por hijos que nunca tuvieron oportunidad de elegir otro destino.

Si no se frena esta tendencia, Santa Marta no solo será una ciudad violenta. Será una ciudad sin futuro.


¿Quieres pautar

con nosotros?