Aparecieron dos hombres y una mujer torturados y asesinados en la entrada de Palmor de la Sierra


La tranquilidad de este corregimiento, fue sacudida por el hallazgo de tres cuerpos amarrados, torturados y asesinados. Las víctimas, aún sin identificar, han despertado el temor colectivo. La hipótesis más fuerte apunta a un ajuste de cuentas entre grupos armados ilegales.

En Palmor el miedo y el horror se tomó la zona. El hallazgo de tres cuerpos sin vida, amarrados de manos, con señales de tortura y asesinados de forma violenta, dejó helado a este corregimiento del municipio de Ciénaga, Magdalena, acostumbrado en los últimos meses a un ambiente de aparente calma.

Los cadáveres, correspondientes a una mujer y dos hombres aún sin identificar, fueron encontrados en la zona rural, justo en la entrada al pueblo. Ninguno ha sido identificado por la comunidad y no tienen documentación.

Desde que se corrió la noticia, Palmor cambió. El bullicio de la plaza se ha silenciado y las conversaciones se reducen a susurros en las esquinas. “Nadie sabe quiénes eran, pero todos quieren saber por qué los mataron así”, dijo un comerciante.

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La forma en que fueron ejecutadas las víctimas no deja dudas del mensaje de fondo. Todo apunta a un ajuste de cuentas. La violencia con la que actuaron los responsables, según fuentes cercanas a la investigación, sería una señal de advertencia entre grupos armados ilegales que pelean por el control territorial en esta zona de la Sierra Nevada.

La Policía y el Ejército ya hacen presencia en el territorio. Las primeras diligencias de inspección fueron adelantadas en medio de la tensión que se respira en el ambiente. El temor crece, especialmente entre los campesinos que viven dispersos en veredas y fincas de difícil acceso, donde la seguridad institucional es limitada.

El año había transcurrido con relativa calma en Palmor. No se habían reportado hechos de violencia extrema. Pero este crimen múltiple reactivó los temores de años anteriores, cuando los enfrentamientos entre estructuras ilegales dejaban rastros de muerte en los caminos.

Ahora, más que nunca, la comunidad exige respuestas. Quiénes eran, por qué los mataron, quién lo hizo y qué tan cerca están de volver a vivir bajo el miedo cotidiano. La incertidumbre pesa. La tranquilidad, esa que parecía haberse instalado, ha sido reemplazada por la zozobra.


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