Denuncian a hombre que atacó con botella a joven de 18 años por resistirse a abuso


La víctima, de 18 años, fue herida en el rostro. El juez argumentó irregularidades en la captura del agresor y lo dejó libre.

A Yisel Daniela Ibáñez la atacaron con un pico de botella por negarse a ser violada. El agresor fue capturado. Al día siguiente, estaba libre.

El ataque ocurrió en segundos, pero las secuelas durarán años. Era de noche cuando Yisel, una joven de 18 años, se sentó como de costumbre en la terraza de su casa en el barrio Altos Delicia, Santa Marta. No imaginaba que esa vez su tranquilidad sería violentada brutalmente por alguien a quien conocía de vista: un vecino al que todos llaman “Kike”.

Víctor Guenaga Utria llegó borracho, desubicado, pero con una clara intención: abusarla. Se le acercó con palabras obscenas, intentó tocarla y, al recibir el rechazo, estalló en violencia.

Con una botella rota en la mano, la atacó sin piedad. El vidrio le desgarró el rostro, los brazos, la dignidad. Los gritos alertaron a los vecinos, que salieron y evitaron algo peor.

La Policía lo capturó poco después, aún con rastros de sangre en la ropa. Todo parecía indicar que se haría justicia. Pero no fue así.

En la audiencia, el juez determinó que hubo un error en el procedimiento de detención. Irregularidades, tecnicismos, palabras frías que bastaron para dejar en libertad a un hombre acusado de intento de abuso y agresión con arma blanca.

“Kike está otra vez en la calle, como si nada. Yisel está encerrada en su casa, con miedo, con puntos en la cara, sin poder dormir. ¿Dónde está la justicia?”, pregunta una tía de la víctima, mientras muestra las fotos del rostro herido de su sobrina.

No es la primera vez que el nombre de Guenaga Utria aparece en historias de acoso. “Cada vez que bebe, se transforma. Las mujeres del barrio ya lo evitan, pero nadie había hecho nada. Ahora casi mata a una niña”, cuenta una vecina.

El barrio está indignado. Se respira rabia, impotencia, miedo. Los vecinos han empezado a organizarse para exigir que el caso no quede en el olvido.

La familia de Yisel busca mecanismos legales para que el caso no quede impune, mientras ella trata de sanar, en silencio, encerrada en el lugar donde fue atacada.

Esa botella rota no solo le abrió heridas en la piel. También rompió la confianza en un sistema que, otra vez, parece más preocupado por los procedimientos que por las víctimas.


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