
Sin arrepentimiento: capturaron a joven que asesinó a sus padres y se conocieron detalles escalofriantes
Lo atacó hasta que el cuchillo se dobló. Después, se llevó la vida de su madre para no dejar testigos. La historia detrás de un parricidio que estremece a Colombia.
Desde el primer corte hasta el último suspiro. Juan David Perdomo Wehdeking nunca titubeó, nunca dudó. A sus 24 años, acabó con la vida de sus padres con una frialdad que hiela la sangre. No hubo culpa, no hubo arrepentimiento. Solo determinación. La misma que lo llevó a hundir el cuchillo una y otra vez hasta que la hoja se dobló.
El crimen ocurrió en la madrugada del 22 de marzo en el barrio Kirpas de Villavicencio. En el segundo piso de un edificio, mientras la ciudad despertaba, la violencia se apoderó de una casa donde, hasta entonces, reinaba la normalidad.
Según el informe de Medicina Legal, la madre, Sonia Wehdeking Baños, intentó defenderse. Sus manos y antebrazos registraron heridas de defensa. Su esposo, José Luis Perdomo Hernández, no tuvo la misma oportunidad. La brutalidad del ataque dejó claro que no había posibilidad de sobrevivir.
Los vecinos escucharon los gritos. No eran simples discusiones familiares, no eran reclamos cotidianos. Eran alaridos de agonía, los últimos ecos de una historia que nadie vio venir.
A las 5:45 a. m., la Policía recibió la alerta. Cuando llegaron, solo encontraron la escena del horror. Juan David ya no estaba. Se había llevado el carro de sus padres, un Hyundai blanco, y huía sin mirar atrás.
Durante 36 horas, las autoridades siguieron su rastro. Recorrió carreteras de Cundinamarca y Boyacá hasta que fue localizado en Bogotá. Un operativo en el barrio El Tunal puso fin a su escape. Pero su captura no trajo respuestas. Lo que dijeron los agentes tras su detención solo generó más desconcierto: estaba tranquilo. No preguntó por sus padres. No lloró. No mostró señales de culpa.

El plan macabro
Las investigaciones revelaron que Juan David no actuó en un arrebato de furia. Lo había pensado. Lo había planeado. En noches anteriores, no pudo dormir. No porque la conciencia lo atormentara, sino porque esperaba el momento perfecto para matar.
Inicialmente, su objetivo era su padre. Pero había un problema: su madre sería testigo. No podía dejar cabos sueltos. Por eso, también la mató. Así de simple. Así de frío.
El detonante, según las primeras hipótesis, habría sido un problema económico. Pero en su círculo cercano nada hacía presagiar un desenlace tan brutal.
Su tía, Gisell Wehdeking, aún no lo asimila. “Era el mejor estudiante. Siempre fue brillante. No tenía problemas con sus papás, más bien lo sobreprotegían”, dijo, con la voz entrecortada.
La Fiscalía lo imputó por homicidio agravado con sevicia. Durante la audiencia, su actitud fue la misma: distante, impasible. Solo habló para preguntar si aceptar los cargos le reduciría la pena. Su futuro se perfila entre 40 y 50 años de prisión, pero la verdadera incógnita sigue sin respuesta: ¿qué se esconde en la mente de un hijo que asesina sin remordimientos?
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