La cifra de habitantes de Santa Marta que mueren en la guerra con Rusia sigue en aumento. Aún así se ha conocido que más personas han decidido viajar a unirse a las tropas ucranianas.  

El teléfono sonó en la casa de la familia Velásquez. La llamada que tanto temían había llegado. Richard estaba muerto. Un ataque ruso acabó con su vida mientras combatía en Ucrania, lejos de su hogar en el barrio Cristo Rey, en Santa Marta.

No fue la guerra de su país, pero fue la guerra que escogió. Sin oportunidades laborales en su tierra, tomó la decisión de arriesgarse y unirse a las tropas ucranianas como mercenario. 

Cada mes recibía cerca de 20 millones de pesos, de los cuales una parte era para su familia. Sabía que el precio era alto, que podía no regresar, pero confiaba en que volvería con vida. No fue así.

Ahora su familia enfrenta un nuevo desafío: traer de vuelta sus restos. La tristeza los embarga mientras adelantan los trámites para la repatriación. 

Richard no regresará con el dinero que soñó enviar, sino en un ataúd. En su barrio, entre el dolor y la incertidumbre, su historia se convierte en una nueva advertencia para quienes ven en la guerra un camino para salir de la pobreza.