La mujer fue asesinada en Aracataca y su cuerpo, con señales de tortura, apareció envuelto en sábanas un día después.

En una humilde casa de Aracataca, donde debieron llegar flores y regalos para celebrar el Día de la Mujer, solo hubo gritos y violencia. Los vecinos escucharon el escándalo, los ruidos que rompían la tranquilidad de la noche y las súplicas de una mujer. Luego, el silencio. Una calma engañosa que, lejos de anunciar el fin del conflicto, ocultaba el peor de los desenlaces.

Dalila Patricia Hernández Cuello, madre de dos hijos, no volvió a dar señales de vida después de aquella discusión con su pareja. Su familia, angustiada por su ausencia y sin recibir respuestas, la reportó como desaparecida. Desde el primer momento, las sospechas se dirigieron hacia su compañero sentimental, quien negó cualquier implicación. Sin embargo, la policía lo detuvo mientras la incertidumbre se apoderaba del pueblo.

El desenlace fue brutal. En la mañana del domingo, un hallazgo sacudió a Aracataca: en un caño cercano al sector de Tequendama, en La María, fue encontrado un bulto envuelto en sábanas. Al destaparlo, la realidad golpeó con toda su crudeza. El cuerpo de Dalila Patricia yacía irreconocible, marcado por golpes, heridas y signos de tortura. No había duda, había sido asesinada con saña y desechada como si su vida no hubiese tenido valor.

El municipio entero quedó consternado. No solo por el crimen atroz, sino por la ironía trágica de que ocurriera en el Día de la Mujer, la jornada que debería exaltar su valor y derechos. En el pueblo de Gabriel García Márquez, donde la literatura ha inmortalizado historias, la realidad mostró un capítulo de horror que nadie hubiera querido escribir.

Hoy, en Aracataca, no hay festejos ni palabras bonitas. Solo rabia, indignación y el eco de una pregunta sin respuesta: ¿cuántas más?