La multa que valió una vida: taxista murió mientras un agente de tránsito lo retenía


El conductor iba camino a la clínica y se voló un semáforo por el dolor que sentía; un funcionario de movilidad lo detuvo y le impidió que siguiera su camino. 

Por unos segundos, el mundo se detuvo para Héctor Fabio Hurtado. Sentado al volante de su taxi, con la respiración entrecortada y el pecho ardiendo, sabía que cada minuto contaba. Su única meta era llegar a la clínica, pero el destino le tenía preparado otro desenlace.

Esa tarde, el tráfico en Cali era el de siempre: bocinas impacientes, semáforos que parecían no cambiar jamás y una ciudad que avanzaba sin detenerse. Pero él no podía esperar. El dolor que sentía no era normal. Era un golpe punzante, un aviso de que algo andaba mal. A su lado, una mujer –su acompañante, su confidente en ese momento de angustia– intentaba tranquilizarlo.

De pronto, el taxi se detuvo abruptamente. No porque Héctor Fabio quisiera, sino porque un agente de tránsito le hizo la señal. 

“Se pasó el semáforo en rojo”, le dijo con tono firme. Él intentó explicarse. “Voy con un dolor en el pecho, necesito llegar a la clínica”, le dijo con la voz temblorosa. Pero la respuesta fue fría, como si la vida misma no pesara en la balanza.

—Pero uno cuando se pasa las infracciones mata a la mamá, al papá, mata a todo el mundo.

El tiempo se hizo eterno. Fueron minutos que pesaron como horas. Mientras el agente escribía, discutía, imponía su autoridad, Héctor Fabio palidecía. Su acompañante lo miraba, suplicaba con los ojos que lo dejaran ir. Él intentó calmarla. Acarició su rostro con la poca fuerza que le quedaba y le dijo dos palabras que, sin saberlo, serían su despedida: Te amo.

Y entonces cayó. Su cuerpo se desplomó sobre ella como si el alma lo abandonara de golpe. Un infarto, un grito ahogado, un amor que se despedía en medio de una calle cualquiera de Cali.

La clínica estaba cerca. Tan cerca, que quizás si el reloj hubiese corrido distinto, si la compasión hubiese pesado más que la norma, la historia sería otra. Pero la muerte no espera permisos, no negocia con regulaciones ni entiende de multas. Simplemente llega.

La ciudad despertó con indignación. La noticia corrió de boca en boca, de pantalla en pantalla. ¿Cómo es posible que nadie escuchara su urgencia? ¿Cómo alguien pudo ignorar la súplica de un hombre que solo quería salvar su propia vida?

Las autoridades prometen investigar, revisar protocolos, tomar medidas. Pero ninguna de esas acciones devolverá el tiempo ni hará que ese “Te amo” no haya sido el último.

Hoy, un taxi quedó huérfano de su conductor. Una familia quedó rota por un trámite que pesó más que una vida. Y en la memoria de Cali, quedará para siempre la historia de Héctor Fabio Hurtado, el hombre que murió con una súplica en los labios y un amor que se despidió en el último aliento.


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